El académico resalta que “en los últimos años Bogotá ha presentado alrededor de 18 microgramos por metros cúbico (µg/m³) de material particulado (PM 2.5) como promedio anual de contaminación; con la situación actual que experimenta la capital del país, ese nivel se está duplicando. Dichas partículas son provocadas por la acción del polvo o la ceniza, el hollín y el polen, entre otras”.
Agrega que “en los últimos días la concentración máxima horaria fue cercana a los 100 µg/m³ y el máximo de los promedios de 24 horas fue de 50 µg/m³ en el suroccidente de la ciudad”.
Según la Resolución 2254 de 2017, el nivel máximo permisible de contaminación en la ciudad es de 25 µg/m³, en este momento este alcanza los 37 µg/m³ y la recomendación de la Organización Mundial de la Salud es de 5 µg/m³.
El docente aconseja que “con esta situación lo mejor es no hacer ejercicio físico intenso porque hay mayor respiración, y por ende se inhalan mayores dosis de material particulado, y para personas que son sensibles, es importante protegerse con mascarillas de alta eficiencia”.
Además especifica que “si se intensifican los incendios, es posible que próximamente lleguemos a una Alerta Fase II de mayor contaminación. Hasta ahora las alertas han llegado a ese primer nivel, pero en caso de trascender, la Secretaría Distrital de Ambiente tendría que imponer mayores restricciones para reducir el riesgo de enfermedad”.
Los antecedentes del problema
Esta situación parece repetir la historia de años atrás. En los primeros trimestres de los últimos se han dado grandes riesgos de alertas, especialmente por ser la época más seca del año y con poca presencia de lluvia, que hacen que las partículas contaminantes circulen con mayor libertad.
Las épocas de sequía también propician situaciones infortunadas como los incendios y las quemas, que en estos primeros meses se han presentado en Meta, Vichada, Guaviare y Casanare, lo mismo que en Venezuela.
Dichos incendios son una gran fuente de contaminación, y por las corrientes de viento esta es arrastrada hacia la cordillera Oriental donde se ubica Bogotá.
El experto en calidad del aire señala que “las sequías dejan dos consecuencias: (i) hay más polvo en la calle que se puede resuspender tanto por la acción del viento como por los vehículos, (ii) la baja precipitación o lluvia evita un efecto de limpieza de la atmósfera, pues esta remueve una parte de la contaminación”.
En Colombia, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) –a través del Subsistema de Información sobre Calidad del Aire (Sisaire)– obtiene la información sobre la calidad del aire y con base en ella es como finalmente se crean estrategias para prevenir y mitigar su afectación a causa de la contaminación.
En eventos similares como el ocurrido justo antes de la pandemia, cuando Bogotá se declaró en alerta ambiental grave por material particulado, la UNAL, desde su grupo de investigación en Calidad del Aire, analizó los datos de contaminación junto con algunos de meteorología e imágenes de satélites para poder generar evidencia de las causas de la contaminación.
Ojo, a usted lo puede afectar
Generalmente las partículas contaminantes –como el ozono, los óxidos de nitrógeno y el monóxido de carbono– se encuentran suspendidas en el aire, y al entrar a través de las vías respiratorias pueden ocasionar problemas leves como piquiña en la nariz, irritación en los ojos o tos, pero también pueden ser crónicas, aumentando el riesgo de padecer enfermedades respiratorias, cardiacas, cáncer de pulmón, e incluso derrames cerebrales.
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