Sabemos que nuestra región es una de las más expuestas y vulnerables a los riesgos del cambio climático, que, a su vez, generan grandes impactos económicos y sociales. Tan solo el año pasado, deslizamientos de tierra e inundaciones provocados por fuertes lluvias ocasionaron decenas de muertes en Quito, Ecuador, y en Recife, Brasil. Una ola de calor sin precedentes golpeó al Cono Sur en enero de 2022. El huracán Julia golpeó a Centroamérica en octubre del mismo año, dejando importantes pérdidas humanas y monetarias a su paso. En el 2021, la intensa sequía en el sur de la Amazonia y el Pantanal fue la peor de los últimos 60 años. La sequía generalizada en toda la región ha afectado significativamente las rutas de navegación interior, el rendimiento de los cultivos y la producción de alimentos, empeorando la inseguridad alimentaria en muchas zonas.
Aunque algunos países ya están avanzando en la tarea en reducir sus emisiones de carbono y preparando sus planes de adaptación y resiliencia, los efectos del cambio climático no dejarán de ocurrir, lo que implica que la región aún tiene mucho por trabajar. ¿Cómo podemos hacer frente a los retos que se avecinan? Y en especial, ¿cómo podemos contribuir a reducir estos impactos entre los más pobres y vulnerables?
Responder al cambio climático requerirá de transformaciones esenciales en la economía que traerán beneficios a la región, pero también necesitará sistemas de gestión de riesgos más sólidos que incluyan también la protección social. Aunque los sistemas actuales de protección social están relativamente avanzados, aún no tienen en cuenta los impactos relacionados con el cambio climático, dejando por fuera a una amplia parte de la población vulnerable. Por tal motivo, con el fin de potenciar la capacidad de respuesta de la región, el BID lanza su más reciente estudio en el cual investiga cómo la región utilizó la protección social no contributiva para responder al COVID-19 y cómo las lecciones que se derivan de esta crisis pueden ayudar a responder a choques relacionados con el clima, y de esta forma prepararnos para futuros impactos.
Un antes y un después
La crisis de COVID-19 cambió las reglas del juego de la protección social responsiva a choques en ALC, ya que todos los países tuvieron que implementar al menos una medida de protección social durante el 2020. Estos cambios ofrecen para la región nuevos mecanismos para prepararnos para los retos como los que nos trae el cambio climático.
Antes del COVID-19, los sistemas de protección social en LAC no contaban con estrategias institucionalizadas de respuesta a choques de distinta naturaleza. Los gobiernos solían tener un rol reactivo ante crisis, incluyendo las generadas por impactos ambientales, con respuestas ad-hoc para crisis puntuales. Además de la reconstrucción de infraestructura tras el paso de un huracán o el aporte de material para paliar los efectos de las inundaciones, la respuesta típica a los desastres provenía de la asistencia humanitaria con distribución de asistencia en especie, como lo es la entrega de alimentos. Sin embargo, estas respuestas humanitarias no estaban alineadas a la respuesta desde la protección social, y con el COVID-19 esto cambió.
La respuesta desde la protección social a COVID-19 llevó a la creación de nuevos programas temporales para llegar a poblaciones afectadas por la crisis pero que típicamente no son beneficiarias de los programas de transferencias monetarias. Estos nuevos programas tuvieron un importante impacto en atenuar los efectos de la pandemia sobre la pobreza y la inseguridad alimentaria. Dada la forma en que fue evolucionando la pandemia, los gobiernos se vieron en la necesidad de flexibilizar y cambiar los enfoques utilizados para identificar y registrar beneficiarios, adicionando de manera innovadora a los registros sociales existentes nueva información en muchos casos proveniente de registros en masa con formularios electrónicos. En Perú, por ejemplo, aunque ya tenían alta cobertura en el registro social, desarrollaron un nuevo mecanismo de registro para expandir la cobertura de forma virtual. También se innovó significativamente en la manera en la cual se pagan las transferencias, introduciendo distintos mecanismos de pago electrónico, lo que ayudó a dar una respuesta más rápida, aunque con el riesgo de dejar a personas que no tienen acceso al sistema financiero o a conectividad, detrás. En Bolivia, aunque el pago virtual fue un gran reto, a través de estos cambios lograron aumentar de forma significativa el uso de sistemas bancarios digitales, alcanzando mayor cobertura.
Lecciones para el futuro
Tres ideas principales emergen de la experiencia de respuesta a choques en ALC durante el COVID-19 que son relevantes para gestionar en el futuro los choques relacionados con el clima:
Recomendaciones para diseñar sistemas e intervenciones que den respuesta efectiva ante choques climáticos
El estudio también nos proporciona algunas lecciones clave y recomendaciones para los sistemas de protección social de la región:
Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Trabajamos para mejorar la calidad de vida en América Latina y el Caribe. Ayudamos a mejorar la salud, la educación y la infraestructura a través del apoyo financiero y técnico a los países que trabajan para reducir la pobreza y la desigualdad. Nuestro objetivo es alcanzar el desarrollo de una manera sostenible y respetuosa con el clima. Con una historia que se remonta a 1959, hoy somos la principal fuente de financiamiento para el desarrollo para América Latina y el Caribe.
Este nuevo instrumento aglutina a equipos científicos que investigan en ciencias marinas para contribuir a dos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas
Un estudio liderado por el CSIC y en el que participa la UCM demuestra la importancia de analizar los efectos de estresores ambientales en conjunto
No hay duda sobre la importancia de la región amazónica como un bien natural para las comunidades locales y para el mundo. Proporciona más del 40% del agua dulce de América Latina, regula la calidad del aire, almacena las emisiones de carbono y controla los ciclos hidrológicos y de nutrientes para el continente sudamericano.
Bosques, manglares, ríos, especies marinas, jaguares, flamencos, colibríes y una gran variedad de especies habitan nuestra región. Desde la Antártica Chilena hasta Baja California, América Latina y el Caribe alberga la mayor cantidad de diversidad de especies y ecosistemas del planeta.
Decenas de ciudades de toda Europa se embarcan en una acción sin precedentes para lograr la neutralidad climática.
Un estudio liderado por la Estación Biológica de Doñana- CSIC muestra que la diversidad de usos de suelo predice la riqueza de especies de aves y su diversidad funcional a nivel global. Esta relación es independiente de la calidad del hábitat y constituye un patrón generalizado en todos los continentes.