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2021-04-12Lo que aprendimos en educación para la era postcovid

BID |Hace un poco más de un año que el coronavirus fue declarado oficialmente como pandemia por la OMS. Pasará mucho tiempo y seguiremos acordándonos de los fallecidos, los enfermos, las secuelas que la enfermedad les ha dejado; las graves consecuencias económicas; el impacto personal y social en bienestar y salud mental. También se hablará mucho de educación: de los efectos catastróficos que trajo el cierre de las escuelas y de su impacto intergeneracional. De hecho, es muy posible que, dentro de unos años, la educación sea la cicatriz más profunda y duradera que nos haya dejado el virus.

Según datos de UNICEF, los niños de América Latina y el Caribe son los que más tiempo han estado fuera de las aulas. Cerca del 60% de los menores de la región perdieron el año lectivo y 13 millones de niños no están teniendo acceso al aprendizaje a distancia. Sabemos que la región tenía un problema severo de deserción escolar que la pandemia ha agravado. Un estudio reciente afirma que la probabilidad de los niños latinoamericanos de terminar la escuela ha caído de un 61% a un 46%, regresando a niveles de los años 60. Pero no solo eso. El desempleo juvenil es tres veces mayor al de los adultos. No creo que hoy alcancemos a vislumbrar las consecuencias de esas cifras para esta generación de niños y jóvenes desde el punto de vista económico y social.

La pandemia también ha exacerbado las brechas de género en un mercado laboral que no refleja los logros educativos de las mujeres. Los últimos datos de la OIT, nos dicen que la tasa de participación laboral de las mujeres ha retrocedido a niveles de hace 15 años. Las consecuencias devastadoras del COVID en la educación y el empleo podrían representar pérdidas futuras en ingreso de $1.7 billones de dólares para las nuevas generaciones.

Cuando se cierran las oportunidades educativas y económicas se abren espacios de influencia para otros actores. Cuando los niños y jóvenes no están en el colegio, son mucho más fáciles de reclutar, por ejemplo, por el crimen organizado. En Colombia, el número de niños y jóvenes que han ido a engrosar las filas de alguna banda armada se ha quintuplicado en el último año, según datos de la Coalición contra la vinculación de niños, niñas y jóvenes al conflicto armado en Colombia (y estos números están probablemente muy por debajo de las cifras reales). Y a los que se resisten, se los llevan por la fuerza. Las bandas les ofrecen dinero, armas, celulares, alimentos y medicinas. La contraoferta para mantener a estos jóvenes fuera del circuito sería la promesa de que con esfuerzo y sacrificio podrán tener una vida mejor a la de sus padres. ¿Es realista? Siendo honestos, la promesa de retornos futuros a la inversión en educación y formación sigue siendo demasiado lejana para que estos jóvenes dejen de enfocarse en beneficios que pueden materializarse hoy, en lugar de concentrarse en retornos a futuro extremadamente inciertos.

¿Qué podemos hacer para revertir esta situación? ¿Qué lecciones nos deja la pandemia y cómo podemos aplicarlas para evitar una catástrofe educativa y generacional? Aunque no nos demos cuenta, hemos aprendido muchas cosas. Sin embargo, para ser honestos, algunas, deberíamos haberlas sabido ya.


1.- La escuela es mucho más que el lugar en donde se aprende. Es mucho más que eso. Es un hub de servicios de salud (vacunación, alimentación, contención socioemocional) y de productividad, porque está íntimamente relacionado con empleo femenino, por ejemplo.

2.- Cambio de paradigma. Mientras el mundo avanzaba, nuestros sistemas educativos seguían ofreciendo variaciones de un modelo educativo del siglo pasado. Tras la pandemia, sin embargo, la escuela ha dejado de asociarse únicamente a un espacio físico donde sucede un aprendizaje de masas de manera sincrónica. Se ha generado un nuevo espacio en el que nos hemos abierto mentalmente a la posibilidad de que la educación puede pasar desde cualquier lugar, en diferentes tiempos (de forma asincrónica) y adaptándose a las necesidades y ritmos de cada estudiante.

3.- Las escuelas no son necesariamente el espacio de propagación del virus. Es decir que, a futuro, en caso de pandemia, deberíamos reconsiderar otras medidas de contención antes del cierre de escuelas.

4.- Heterogeneidad de respuestas, heterogeneidad de experiencias educativas. Las formas de responder a la pandemia han sido extremadamente heterogéneas, tanto entre países como dentro de los mismos países, por lo que los estudiantes han tenido experiencias educativas muy diversas. Entre países, por ejemplo, hemos tenido respuestas como la de México, muy enfocada en tele-educación (TV); o la de Uruguay, con una combinación entre clases completamente online y presenciales. También hemos visto surgir muchas alianzas entre el sector publico y privado. Compañías de telecomunicaciones e internet que han liberado planes de datos para programas y portales educativos en Barbados o Paraguay, Argentina (Educ.ar) o en Jamaica (MoEYI). Dentro del mismo país, hemos visto que factores como el nivel socioeconómico o las condiciones de aislamiento también han generado impactos muy heterogéneos en los niños, agrandando, en muchos casos, las brechas de aprendizaje ya existentes.

Esto significa que, de cara a la recuperación, vamos a enfrentarnos a un contexto regional de extrema disparidad y, consecuentemente, las estrategias e intervenciones deberán responder a esta heterogeneidad y tendrán que ser, por tanto, extremadamente efectivas y flexibles.

5.- El aprendizaje remoto es difícil, no solo para el estudiante, sino para quienes lo gestionan: docentes, directivos, ministerios y familias. Y es duro, entre otras razones, porque no estábamos preparados. Y dentro de las diferentes modalidades, el aprendizaje híbrido es el más complicado de implementar, en relación con las versiones totalmente en línea o presenciales.

6.- La edad y el nivel de autonomía del estudiante son clave. Por ejemplo, hemos confirmado que los niños en preescolar y primaria probablemente han sufrido más en términos de pérdida de aprendizaje, así como de bienestar físico y emocional. La interacción con un adulto es clave para mantener la atención de un niño pequeño.

7.- La motivación es esencial y, actualmente, el nivel de compromiso que tenemos en los estudiantes es extremadamente bajo. La salud mental, el aislamiento, el cansancio, son todos temas que necesitan ser tratados, tanto en niños y adolescentes como en sus padres, especialmente en las madres. Y para fomentar la motivación, las tutorías y las clases han demostrado ser importantes y efectivas. Y ahí surge todo un campo de trabajo con la inteligencia artificial para ver hasta qué punto podría reemplazar a un humano en esos esfuerzos, o cómo aprovecharla para fomentar el aprendizaje adaptativo y expandir y democratizar la educación de calidad.

La pandemia ha acelerado procesos de cambio irreversibles, impulsados, no sólo, pero si en buena medida, por las nuevas tecnologías. Del COVID salimos con cicatrices, pero con muchos aprendizajes. ¿Cómo los vamos a aprovechar? ¿Qué implicaciones tendrán estos cambios para los sistemas educativos de la región? Te lo contamos en nuestro próximo post.

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