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La experiencia de la emprendedora Yelixsa Villero Rivera fue destacada en el Laboratorio de Paz Territorial, proyecto de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede de La Paz, dirigido por las profesoras Claudia Mosquera Rosero Labbé y Lucía Eufemia Meneses Lucumí.

Paradójicamente el emprendimiento inició por la pandemia, cuando Yelixsa fue  despedida de una empresa privada de una mina de carbón, en el municipio de Agustín Codazzi, debido a la inactividad de esos meses. Una situación similar le ocurrió a su amigo y compadre Jonathan Navarro, quien perdió su trabajo en una empresa hotelera de Bogotá, que era su sede, por lo que tuvo regresar al pueblo.

Allí se reencontraron y comenzaron a pensar qué hacer para ganarse la vida con un proyecto que pudiera poner al municipio en los ojos de Colombia y del mundo.

Después de mucho analizar, Yelixsa pensó en la posibilidad de hacer un vino especial, que su familia había hecho de manera artesanal por muchos años y que disfrustaban en las fiestas familiares. Sería un vino totalmente artesanal y con un sentido social, para que la gente sintiera el producto como propio, y a través del proyecto ayudar a las familias productoras del pueblo.

Así nació el vino Agustín de la Sierra, elaborado con frutas que se cultivan en la Serranía del Perijá, en especial corozo, y también mango, maracuyá y mora que les compran a los pequeños productores de la zona que forman parte de familias vulnerables, y a madres cabeza de hogar.

Yelixsa y Jonathan han dado a conocer su vino en muchas ferias y eventos de emprendedores y han logrado enviarlo a Alemania, Francia, Holanda, Argentina, Chile y Venezuela.

Ella prácticamente hace todo, desde el proceso de fermentación hasta el licuado y cocinado. Su hermana le ayuda a embotellar, pasteurizar y poner las etiquetas. En su casa cuentan con un encorchador manual, una licuadora industrial y 9 tanques –uno de 1.000 litros y ocho de 200 litros– y están construyendo su fábrica, donde podrán instalar otras máquinas.

Hoy tienen distribuidores en Bogotá, Barranquilla, Cúcuta, Ciénaga y Valledupar, y los clientes también se encargan de recomendarlos, sobre todo las personas de Agustín Codazzi, quienes les piden a sus familiares que les envíen el vino.

Además están en el proceso de ser certificados como negocio verde, ya que en la producción evitan al máximo el impacto ambiental, pues procuran no usar plástico sino vidrio; a las botellas que les devuelven les dan otro uso y las cajas para regalos las elaboran con cartón reciclado en Bucaramanga.

En el municipio de Chiriguaná, incluido en la travesía adelantada por las profesoras del Laboratorio de la UNAL, encontraron a Davinson Trocones, un joven emprendedor que forma parte de la Asociación de Productores Agroindustriales del Centro del Cesar.

Este ingeniero agroindustrial aprendió desde muy niño a hacer el vino de corozo, en especial de su abuelita, quien murió a los 103 años, sus tíos y padres.

Su sueño de convertir esa tradición en algo productivo se fue gestando hasta que se logró una donación de la Unión Europea que incluyó maquinarias y equipos para no solo vender los productos derivados de la fruta, sino también para ser representantes exitosos de esta ecorregión del Caribe colombiano.

Recibieron un apoyo cercano a los 20 millones de pesos, representados en los elementos necesarios para procesar la uvita de lata, entre ellos despulpadora, tanques de fermentación, filtros, prensa, tanques de almacenamiento, refractómetros y una balanza.

Davison lleva nueve años en el proceso y tiene la firme esperanza de que este seguirá creciendo y será un proyecto bandera en su territorio. Su vino, de marca Galardón, junto a la mermelada de uvita de lata, fue galardonado como uno de los 54 mejores productos del Cesar en un concurso en el que participó la Asociación. El premio fue el diseño de la imagen corporativa, la etiqueta y la marca de calidad. Además recibieron una estatuilla de reconocimiento como los mejores.

Davinson, enamorado de su carrera y de su proyecto, quiere dignificar el quehacer de los pescadores del complejo cenagoso de la Zapatosa, ser ejemplo de resistencia y beneficiar al mayor número de familias de esa bonita villa.

Otra de las marcas de vino que se destaca en el Cesar es La Cacica, del joven ingeniero ambiental Gustavo Valderrama Rojas, natural del municipio de Becerril, a donde retornó hace unos cinco años después de vivir en Ibagué y Bucaramanga, al ser desplazado por la violencia.

Gustavo, quien también es especialista en Gerencia de Proyectos de Ingeniería y magíster en Gestión Ambiental, siempre vivió cerca del campo porque su papá tenía una finca en La Jagua de Ibirico, donde había ganadería y un galpón de gallinas.

Al llegar a Becerril, y en el marco de una de las ediciones del tradicional Festival de la Paletilla, elaboró el vino a base de corozo para el consumo de su familia, pero uno de sus amigos le pidió que le vendiera un litro y les dijo a otras personas que en la casa de Gustavo podían conseguir más.

El vino de Gustavo es bien dulce y rinde mucho, porque de una botella pueden salir dos garrafas, según afirma. Lleva cuatro años en el proceso, mejorando la técnica, investigando y tratando de perfeccionar todos los detalles, con el decidido apoyo de toda su familia, que participa tanto en la producción como en la comercialización.

Otra gran ventaja del vino La Cacica es que no tiene aditivos, es totalmente natural y con el tiempo se pone mucho más fuerte, pero no se daña. Su creador afirma que, si llega a cumplir su propósito de expandirse, se podrían tecnificar los procesos de lavado y fermentación. También espera cumplir con todos los estándares que exige la normatividad existente y obtener así el sello del Invima para llegar a exportarlo.

“Esto es clave porque si los dirigentes miran al campo, se podría generar más empleo, y por supuesto darle más movimiento a la economía local, tan golpeada por la pandemia”, señala el emprendedor.

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Unimedios | Agencia de Noticias UN

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