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Imagen. / Andina/Jhonel Rodríguez Robles.

2025-06-19

Huesos de niños revelan crisis en América hace más de 2.500 años


Este hallazgo arqueológico llamado Chupacigarro, en el valle medio del río Supe, en la fría costa norcentral peruana, revela las huellas de una profunda crisis ocurrida entre los años 500 y 400 a.C. que dejó su rastro en los huesos de los más vulnerables: el 33% presentaban señales de violencia, cifra que se elevó hasta el 80% entre adolescentes y adultos.

El 77% de los restos hallados tenías múltiples lesiones, la mayoría letales, en cráneo, cara y tórax, causadas con armas contundentes y cortantes que indicarían enfrentamientos violentos. En algunos menores las lesiones estarían relacionadas con accidentes o descuido, pero también se observaron casos que denotan violencia directa.

Todo apunta a un periodo de transición de la humanidad, marcado por el posible colapso de estructuras sociales y políticas en América. Así lo determinó un estudio bio-arqueológico realizado por el Proyecto Zona Arqueológica Caral y analizado por un equipo de científicos internacional en el que participa la antropóloga forense María Inés Barreto Romero, profesora del Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL).

La profesora Barreto explica que las lesiones estudiadas no son accidentales sino intencionales y repetitivas, señal de conflictos violentos sostenidos en el tiempo en esta sociedad, por cuenta de cambios en su organización política y su crecimiento poblacional, que excede la capacidad de los recursos disponibles.

“En este sitio no hay evidencia de sacrificios humanos, como sí los he encontrado en otras excavaciones. Aquí vemos una población golpeada posiblemente por una crisis estructural profunda, derivada de cambios sociopolíticos y probablemente medioambientales. Las marcas en los huesos hablan de una sociedad en tensión”, agrega la profesora Barreto.

Análisis bio-arqueológico de los esqueletos para identificar patologías óseas. Foto: antropóloga María Inés Barreto, profesora de la UNAL.

Para analizar los restos óseos hallados el equipo de investigadores aplicó metodologías de Bioarqueología, una línea de la Antropología Física que combina métodos y teorías de la Antropología Cultural, la Arqueología y la Biología, examinando el contexto arqueológico y los restos presentes allí con el fin de ofrecer una idea más completa de las condiciones de vida y de muerte de poblaciones tanto pasadas como contemporáneas, lo que hace posible estimar sexo, edad y estatura, y analizar lesiones ante, peri y post mortem (antes, alrededor y después de la muerte).

Mediante el estudio osteo-patológico, que consiste en la observación detallada del esqueleto –especialmente cráneo, dientes y huesos largos–, se identificaron marcas causadas por ciertas condiciones de salud como infecciones por aguas contaminadas o mala higiene de los alimentos; desnutrición y deficiencias metabólicas asociadas con una lactancia inadecuada, y falta de un paso correcto a la alimentación sólida, o a que los alimentos suministrados fueron suficientes en nutrientes y que estarían relacionados con anemia severa, también causada por falta de proteína animal y deficiencia de hierro. Los estudios señalan que de los 2 a los 5 años, los niños experimentaban periodos recurrentes de estrés, y al superar los 3,5 años solían sobrevivir.

Entre las patologías se detectaron pequeños poros en los cráneos, que dan apariencia de una esponja, asociados con casos de criba orbitaria, hiperostosis porótica y defectos en el esmalte dental, que suelen indicar deficiencias nutricionales crónicas. Algunos adultos presentaban signos de posible tuberculosis, una enfermedad que florece en contextos de hacinamiento y pobreza. También identificaron un patrón preocupante de infecciones en los niños, lo cual sugiere condiciones de vida precarias y estrés ambiental prolongado.

Violencia y hambre

Chupacigarro es el único cementerio arqueológico excavado en los Andes, que corresponde a la transición del Formativo Medio al Tardío, entre los años 500 y 400 a.C., en el que las sociedades habrían cambiado de una escasa estratificación a complejos sistemas jerárquicos. Seguramente esta región de los Andes centrales enfrentó un colapso de sus sistemas teocráticos, es decir que su poder político y social estaba fuertemente ligado a lo religioso y quienes gobernaban lo hacían en nombre de los dioses, o eran considerados como intermediarios sagrados entre la divinidad y el pueblo.

Según los investigadores, el colapso obedecería a que el sustento del sistema se basaba en una estructura religiosa liderada por élites que, al conocer el entorno físico y ambiental, ejercían poder mediante creencias en divinidades e intercambios con ellas. Sin embargo, al enfrentar crisis ambientales como El Niño, La Niña, o cambios de temperatura que afectaron recursos clave –como por ejemplo la migración o muerte de peces de agua fría en zona costera–, esta forma de control perdió eficacia, lo que habría provocado desestabilización política y social.

“Estas evidencias nos muestran que no solo hubo violencia directa, sino también estructural: hambre, enfermedades y acceso limitado a recursos esenciales”, afirma la antropóloga Barreto.

A través de la observación detallada del esqueleto, especialmente cráneo, dientes y huesos largos, se identificaron ciertas condiciones de salud como infecciones, desnutrición, deficiencias metabólicas o traumas por golpes. Foto: antropóloga María Inés Barreto, profesora de la UNAL.

Para la profesora Barreto, el sitio arqueológico de Chupacigarro evidencia cómo estas civilizaciones antiguas también vivieron procesos de auge y declive, y cómo esos cambios se reflejan en los cuerpos de sus pobladores. “Cuando el sistema político-religioso colapsa ocurre lo mismo con las condiciones mínimas de vida: el acceso al agua, a la comida, a los cuidados”.

Aunque los hallazgos no se pueden generalizar a toda la Región Andina, sí concuerdan con otros estudios que describen un aumento de la violencia en los Andes centrales entre 400 a.C. y 100 d.C. En ese periodo, la frecuencia de traumas craneales se incrementó hasta un 18% en algunas zonas.

Memorias en los huesos

El proyecto Zona Arqueológica Caral, liderado por la reconocida arqueóloga Ruth Shady en un trabajo conjunto con la profesora María Inés Barreto y el arqueólogo peruano Luis Pezo Lanfranco, vinculado a la Universidad de Barcelona, no solo contribuye a reconstruir la historia olvidada de pueblos antiguos, sino que además reivindica la importancia de aplicar técnicas forenses a la Bioarqueología y la Arqueología. Por ahora el cementerio de Chupacigarro permanece como una herida abierta en la historia de los Andes.

La profesora Barreto destaca la relevancia de este tipo de investigaciones para no perder de vista el presente: “los cambios políticos y ambientales siempre afectan más a los sectores vulnerables. Hoy lo vemos con los conflictos en Gaza o con la crisis del agua en La Guajira. Pasaba lo mismo hace 2.000 años, cuando algunos grupos acaparaban los recursos y las víctimas terminan malnutridas, sin acceso a recursos de salud ni alimentos, y sus poblaciones afectadas a niveles muy graves”.

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Imagen Unimedios | Agencia de Noticias UN

Unimedios | Agencia de Noticias UN

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