
Imagen / Las artes y la cultura han sido siempre motor de la economía y de la identidad social. Carnaval de Acireale, el más antiguo de Sicilia. © Jeanne Boleyn.
2025-10-16
La economía creativa: innovación, cultura y desarrollo sostenible
La economía creativa, también conocida como economía naranja, es una categoría económica que busca reconocer el valor de la creatividad, la innovación y la cultura como motores del crecimiento sostenible. Aunque sus raíces se remontan a la segunda mitad del siglo XX, fue en la década de los noventa cuando organismos internacionales comenzaron a estudiarla de manera sistemática. El economista británico John Howkins popularizó el término en su obra The Creative Economy: How People Make Money from Ideas (2001), donde destacó que las ideas, el talento y la propiedad intelectual podían convertirse en bienes económicos de alto valor agregado. Desde entonces, el concepto se expandió hasta convertirse en un marco teórico y político adoptado por gobiernos y organizaciones internacionales como la Unesco, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI).
La economía creativa tiene su origen en el reconocimiento de que los sectores culturales y de innovación no solo generan valor simbólico o estético, sino también riqueza económica y cohesión social. Su desarrollo se relaciona estrechamente con la transformación digital, la globalización de los mercados culturales y la emergencia de nuevas formas de producción y consumo basadas en el conocimiento. A diferencia de los modelos industriales tradicionales, en los que la productividad se medía en términos de materia prima y manufactura, la economía creativa centra su atención en la capacidad humana para generar ideas, significados y experiencias.
De esta forma, el capital intelectual y la creatividad se convierten en los principales recursos productivos. Este paradigma económico parte de la premisa de que la cultura y la innovación son fuentes sostenibles de competitividad, especialmente en contextos donde la diversificación productiva y la digitalización redefinen la manera en que las sociedades crean y distribuyen valor. En América Latina, el concepto tomó fuerza a comienzos del siglo XXI con la formulación de políticas públicas orientadas a fortalecer los sectores culturales, audiovisuales, editoriales, de diseño y tecnología, entre otros. Colombia, por ejemplo, institucionalizó la llamada “economía naranja” como un eje de desarrollo estratégico, enfatizando la relación entre patrimonio, creatividad y emprendimiento.
La economía creativa no se limita a la producción artística, sino que incluye todas aquellas actividades que dependen del talento humano y de la propiedad intelectual para generar riqueza. Esto abarca desde el cine, la música y la moda hasta el software, los videojuegos y las industrias digitales. En conjunto, estos sectores promueven un modelo económico más sostenible, capaz de equilibrar el crecimiento con la diversidad cultural y la innovación social.
Principales características y dimensiones de la economía creativa
La economía creativa se sustenta en tres pilares esenciales: la creatividad, la innovación y el conocimiento. La creatividad es entendida como la capacidad de generar ideas originales con valor simbólico o económico. La innovación, por su parte, se refiere a la aplicación de esas ideas en productos, servicios o procesos que transformen la realidad económica y social. Finalmente, el conocimiento actúa como el insumo fundamental que permite la creación, protección y distribución de estos bienes intangibles.
Entre sus características más destacadas se encuentra la transversalidad. La economía creativa no pertenece a un solo sector, sino que se entrecruza con múltiples disciplinas y actividades productivas. Por ejemplo, la tecnología digital ha permitido que las industrias culturales expandan su alcance global, mientras que el diseño y la comunicación se integran en áreas tan diversas como la moda, la publicidad o la educación. Esta interconexión favorece la aparición de nuevos modelos de negocio basados en la colaboración y la innovación abierta.
Otra característica fundamental es la dependencia de la propiedad intelectual. Las patentes, los derechos de autor y las marcas registradas constituyen mecanismos esenciales para proteger el valor económico de las ideas. Sin estos instrumentos, la monetización de los bienes creativos sería inviable, dado que la reproducción digital facilita la copia y distribución no autorizada. En consecuencia, la regulación de la propiedad intelectual se ha convertido en un tema central dentro de las políticas de fomento a la economía creativa.
Asimismo, la economía creativa se distingue por su capacidad de generar empleo cualificado y promover la inclusión social. A diferencia de los sectores extractivos o industriales, las industrias creativas tienden a concentrar talento joven, diverso y con alta formación. De este modo, contribuyen a reducir desigualdades y fortalecer la identidad cultural de las comunidades. En América Latina, estos sectores representan una oportunidad estratégica para el desarrollo sostenible, al combinar tradición, innovación y nuevas tecnologías.
En términos económicos, la economía creativa se estructura en cuatro grandes áreas: las industrias culturales (como el cine, la música o la literatura), las industrias creativas (como el diseño, la arquitectura y el software), el patrimonio cultural (material e inmaterial) y las actividades conexas de apoyo, como la educación artística, la gestión cultural y la investigación. Juntas conforman un ecosistema productivo que dinamiza tanto el mercado interno como las exportaciones de servicios basados en conocimiento.
Sin embargo, más allá de su dimensión económica, la economía creativa tiene un profundo componente simbólico y social. En ella, los bienes no solo poseen valor monetario, sino también valor identitario y emocional. El arte, el diseño o la tecnología no se limitan a generar ingresos: también producen sentido, pertenencia y cohesión cultural. Por ello, los expertos consideran que la economía creativa representa una forma de “capital cultural” capaz de fortalecer la resiliencia y la diversidad de las sociedades contemporáneas.

Retos y perspectivas de la economía creativa
A pesar de su potencial, la economía creativa enfrenta importantes desafíos. Uno de los principales es la informalidad laboral. Muchos trabajadores de los sectores creativos operan bajo condiciones precarias, sin contratos estables ni protección social. Esto se debe, en parte, a la naturaleza flexible y autónoma del trabajo creativo, pero también a la falta de políticas que garanticen la sostenibilidad del empleo en este ámbito. Superar esta situación requiere fortalecer los marcos legales y promover incentivos que reconozcan la especificidad del trabajo cultural y digital.
Otro reto fundamental es la desigualdad en el acceso a la tecnología y a la educación creativa. En numerosos países en desarrollo, la infraestructura tecnológica y las oportunidades de formación son limitadas, lo que restringe la participación de amplios sectores sociales en la economía creativa. La inclusión digital y la educación artística son, por tanto, elementos indispensables para democratizar la producción y el consumo cultural.
Además, la economía creativa se enfrenta al desafío de medir su impacto real. Dado que gran parte de su valor se basa en intangibles —ideas, conocimiento, experiencias—, resulta complejo cuantificar su contribución al producto interno bruto o al empleo. En respuesta, diversos organismos han comenzado a desarrollar sistemas de medición más precisos, capaces de reflejar el peso económico y social de los sectores creativos en las economías nacionales.
Las perspectivas, sin embargo, son alentadoras. La economía creativa se proyecta como un componente clave del desarrollo sostenible en el siglo XXI. Al promover modelos productivos basados en la innovación y el respeto por la diversidad cultural, ofrece alternativas frente a los sistemas económicos tradicionales centrados en la explotación de recursos naturales. Su potencial para generar valor económico con bajo impacto ambiental la convierte en una herramienta estratégica frente a los desafíos del cambio climático y la transición hacia economías más verdes.
En este contexto, el fortalecimiento de redes colaborativas entre gobiernos, universidades, empresas y comunidades se perfila como una vía esencial para potenciar el crecimiento del sector. La convergencia entre creatividad, tecnología y sostenibilidad promete no solo dinamizar la economía, sino también enriquecer el tejido cultural y social de las naciones.
En definitiva, la economía creativa encarna una nueva forma de entender el desarrollo: una que coloca al talento humano en el centro del progreso. Su consolidación dependerá de la capacidad de las sociedades para reconocer que las ideas, la cultura y la innovación no son recursos secundarios, sino los pilares fundamentales de un futuro más justo, inclusivo y sostenible.
Para saber más…
Si desea ampliar sus conocimientos sobre temas relacionados, puede consultar la edición 285 de la Revista Virtualpro: La IA en las industrias creativas y culturales.
Referencias
Annayeskha, G. y González, B. (2020). Economía del siglo XXI: Economía naranja. Revista de Ciencias Sociales, 26(4), 450-464.
https://www.redalyc.org/journal/280/28065077033/html/
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Cordero Villarreal, D. A. (2024). Economía naranja: una mirada a la historia de un fracaso. (Tesis de Maestría). Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Lenguas y Cultura.
https://repositorio.uniandes.edu.co/server/api/core/bitstreams/df128d29-3a05-4c1b-821a-8aa5669b34cd/content
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Wilfredor. (2025). Ballet Don Quijote en Teatro Teresa Carreño 2.jpg. [Imagen]. Wikimedia Commons.
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Felipe Chavarro
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