
Imagen / Vainas de habas tiernas. © Juan Emilio Prades Bel.
2025-09-25
Las habas: tradición, nutrición y futuro económico
En los campos andinos de Colombia, las habas (Vicia faba) crecen como un vínculo vivo entre la historia agrícola del país y las tendencias actuales de alimentación saludable. Su cultivo, que se extiende por los departamentos de Nariño, Boyacá, Cundinamarca y Antioquia, entre otros, ha acompañado la dieta de comunidades campesinas durante siglos y hoy despierta un renovado interés gracias a su valor nutricional, sus usos culinarios versátiles y su potencial en mercados nacionales e internacionales. Comprender la importancia cultural y económica de esta leguminosa permite apreciar cómo un alimento tradicional puede convertirse en motor de desarrollo sostenible y en símbolo de identidad regional.
Una leguminosa de alto valor nutricional
Las habas se destacan por su excepcional aporte de proteínas vegetales, que oscila entre el 25 % y el 30 % del grano seco, una cifra que las sitúa al nivel de otras leguminosas emblemáticas como la soya o el fríjol. Su perfil de aminoácidos incluye lisina y leucina, esenciales para la formación de tejidos y el buen funcionamiento del sistema inmunológico. Además, son una fuente notable de fibra dietética, lo que favorece la salud intestinal, ayuda a regular la glucosa en sangre y contribuye a la sensación de saciedad, cualidad apreciada en dietas de control de peso.
En el plano de micronutrientes, las habas contienen hierro, magnesio, fósforo y potasio, minerales indispensables para la formación de glóbulos rojos, el equilibrio electrolítico y la salud ósea. Aportan también vitaminas del complejo B, especialmente ácido fólico, vital para el desarrollo neurológico y la prevención de defectos en el tubo neural durante el embarazo. Otro componente interesante es la L-dopa, un precursor natural de la dopamina que ha sido objeto de estudio por sus potenciales beneficios en terapias para el Parkinson.
Su baja cantidad de grasas saturadas y su aporte de antioxidantes convierten a las habas en un alimento cardioprotector. Tanto en su forma verde como seca, permiten integrar una proteína de alta calidad en dietas basadas en plantas, reforzando la tendencia actual hacia estilos de vida más saludables y sostenibles.
Usos culinarios y riqueza cultural
La cocina colombiana ha incorporado las habas de múltiples maneras, reflejando la diversidad geográfica y cultural del país. En Nariño y Pasto, se preparan en guisos con papas y hierbas aromáticas que resaltan su textura mantecosa. En Cundinamarca y Boyacá, las habas tiernas se consumen como pasabocas cocidas al vapor y sazonadas con sal, mientras que las secas se muelen para espesar sopas o se tuestan como botana. En la región cafetera se utilizan en rellenos de empanadas y arepas, y en zonas de influencia afrodescendiente se combinan con coco o hierbas locales, aportando un matiz particular a la gastronomía del Pacífico.
Más allá de la mesa, las habas ocupan un lugar en la memoria colectiva de las comunidades rurales. Las ferias y festivales en municipios boyacenses y nariñenses celebran la cosecha con concursos, recetas tradicionales y trueques de semillas. Estos encuentros fortalecen la identidad local y preservan prácticas agrícolas ancestrales, en las que el intercambio de saberes garantiza la diversidad genética del cultivo. La siembra de habas suele formar parte de sistemas productivos familiares que combinan maíz, papa y otros tubérculos, un ejemplo de agricultura de policultivo que mejora la fertilidad del suelo gracias a la fijación de nitrógeno de esta leguminosa.
Incluso en entornos urbanos, la venta de habas en plazas de mercado y la creciente presencia de presentaciones gourmet —como harinas finas y snacks deshidratados— demuestran cómo este grano se adapta a los cambios en los hábitos de consumo, manteniendo su esencia cultural.
Comercialización y retos productivos
El mercado de las habas en Colombia se sostiene principalmente en pequeños y medianos productores que abastecen el consumo interno. Los departamentos de Boyacá, Nariño, Cundinamarca y Antioquia concentran la mayor parte de la producción, con ciclos que dependen de las lluvias y altitudes que oscilan entre los 2000 y 3000 metros sobre el nivel del mar. Esta preferencia por climas fríos y suelos ricos en materia orgánica hace que las habas sean parte integral de la economía campesina de las regiones altoandinas.
La comercialización se realiza a través de plazas de mercado, cooperativas agrícolas y, en algunos casos, contratos con supermercados y restaurantes. En los últimos años se observa un crecimiento de nichos especializados: consumidores interesados en alimentos funcionales, restaurantes de cocina de autor y exportaciones a comunidades latinoamericanas en Estados Unidos y Europa. Las habas deshidratadas, las harinas de alta proteína y los productos precocidos han ampliado la oferta, generando oportunidades de valor agregado.
Sin embargo, la cadena productiva enfrenta desafíos. Las plagas como el gorgojo de las habas, las variaciones climáticas y la limitada infraestructura de poscosecha pueden afectar la calidad y los precios. La falta de sistemas de riego tecnificado y la dependencia de semillas criollas sin mejoramiento genético dificultan la homogeneidad de la producción. Además, el acceso limitado a créditos y asistencia técnica restringe la capacidad de los agricultores para modernizar sus procesos.
Frente a estas dificultades, diversas instituciones de investigación y extensión agrícola han impulsado proyectos para desarrollar variedades más resistentes y técnicas de manejo integrado de plagas. Programas de capacitación fomentan prácticas de agricultura sostenible y el uso de bioinsumos, con el fin de reducir el impacto ambiental y mejorar la rentabilidad. Iniciativas de comercio justo y circuitos cortos de comercialización —como mercados campesinos y ventas directas— han demostrado ser eficaces para aumentar los ingresos de las familias productoras.

El creciente interés por proteínas vegetales abre un horizonte prometedor para las habas colombianas. La demanda global de alimentos ricos en proteína y bajos en grasa aumenta cada año, impulsada por dietas vegetarianas y veganas. Colombia, con su diversidad de pisos térmicos y la posibilidad de cosechas escalonadas, podría posicionarse como un proveedor estratégico de habas y derivados procesados.
Las exportaciones, aunque incipientes, tienen potencial en países de América del Norte y Europa, donde la Vicia faba es reconocida en gastronomías como la mediterránea y la asiática. El desarrollo de productos de valor agregado —harinas proteicas, bebidas vegetales, snacks saludables— permitiría superar la venta de grano en estado primario, incrementando el ingreso de los productores y generando empleo en zonas rurales.
En el mercado interno, la diversificación de presentaciones y el mercadeo orientado a consumidores jóvenes y conscientes de su salud pueden dinamizar el consumo. Las habas tienen ventajas frente a otros cultivos: su capacidad de fijar nitrógeno reduce la necesidad de fertilizantes químicos, lo que se traduce en menores costos y menor huella ambiental. Estas características las alinean con políticas de agricultura sostenible y con las metas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.
La articulación entre productores, centros de investigación, entidades gubernamentales y empresas privadas será clave para consolidar esta proyección. La certificación de buenas prácticas agrícolas, el impulso de denominaciones de origen o sellos de calidad, y la creación de cooperativas para exportación pueden convertir a las habas en una pieza importante de la canasta agroexportadora colombiana.
Una vaina con pasado y futuro
Las habas no son solo un alimento; representan una herencia agrícola y un recurso para el desarrollo. Su cultivo conecta la sabiduría ancestral de los pueblos andinos con las tendencias contemporáneas de alimentación consciente. Al integrar tradición, nutrición y posibilidades económicas, esta leguminosa se erige como símbolo de la biodiversidad y la capacidad de innovación del campo colombiano.
Promover su consumo, apoyar a los pequeños productores y fortalecer la investigación aplicada no solo permitirá mantener vivas las prácticas culturales asociadas a las habas, sino también abrirá oportunidades en un mercado global ávido de proteínas vegetales sostenibles. En un país donde la agricultura es motor de identidad y sustento, las habas demuestran que un grano modesto puede ser protagonista de un futuro más saludable y próspero.
Referencias
Álvarez-Sánchez, D., Salazar-González, C., Sañudo-Sotelo, B. y Betancourth-García, C. (2021). Evaluación fenotípica de semillas de haba (Vicia faba L.) colectadas en Nariño-Colombia. Revista U.D.C.A Actualidad & Divulgación Científica, 24(2), e1874.
https://doi.org/10.31910/rudca.v24.n2.2021.1874
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https://commons.wikimedia.org/w/index.php?title=File:Illustration_Vicia_faba1.jpg&oldid=1037089535
Haeff, J. e Higuita, F. (1983). Haba. Agrosavia.
http://hdl.handle.net/20.500.12324/1469
Prades Bel, J. E. (2024). Habas tiernas.jpg. [Imagen]. Wikimedia Commons.
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?title=File:Habas_tiernas.jpg&oldid=953983384
Rodríguez, E. A. e Higuita Muñoz, F. (1971). El cultivo de las habas. Agrosavia.
http://hdl.handle.net/20.500.12324/22549
Felipe Chavarro
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